martes, 27 de febrero de 2007

Madrid Rush

Ayer me tocaba ir a Madrid a recoger a mi padre que volvía de viaje. En realidad no era necesario, pues a pesar de llegar a unas horas un tanto intempestivas podía haberse buscado una conexión hasta casa, o alojamiento para pasar la noche y luego la conexión. Sin embargo, me apetecía hacer unos cuantos kilómetros, y de paso, tomarme un día libre del trabajo, aunque fuese "partido". Así que acepté.

Me planteaba el día de ayer como bastante tranquilo: por la mañana, trabajar un poco, lo justo como para cumplir y no dejar nada pendiente, luego, un rato de gimnasio, comer y salir tranquilamente poco después de las cuatro de la tarde, para llegar a Madrid sobre las ocho, recoger a unos amigos e irnos a cenar. Y sobre las once, a Barajas a recoger a mi padre y de vuelta a casa.

Al final, todo acabo torciéndose un poco, como suele pasar, aunque lo disfruté bastante.

Por la mañana, sí, conseguí trabajar lo justo e incluso algo menos, pues acabé dedicando más de media mañana a "arreglar" el disco duro de uno de los ordenadores que tenemos y que había dejado de funcionar correctamente (cada vez que se encendía el pc en el que estaba montado, éste entraba en un bucle infinito de continuos reinicios). Cuando al fin lo tuve montado en otro de los PCs y estaba haciendo copia de seguridad de los datos importantes que contenía, descubrí cuál era el problema: de alguna manera, algunos de los archivos necesarios para el arranque habían acabado residiendo en la carpeta "Mis Documentos" en lugar de en la raíz del disco duro. Y efectivamente: una vez devueltos a su sitio, el ordenador volvió a funcionar como si nada. El problema es que para entonces ya había llegado la hora de salir, y terminé llegado un poco tarde al gimnasio.

Por supuesto, en el gimnasio terminé por retrasarme un poco más, y cuando iba por fin a meterme en la ducha e irme a casa, llamada de mi madre (la tercera, como comprobé después): para variar, no se había enterado de nada de lo que le había dicho por la mañana, y llevaba hora y media esperándome en casa, toda preocupada porque no le cogía el teléfono (que yo ni había oído antes).

Al final, fui a casa, comí, recogí un par de cosas y me puse en camino, no sin antes parar un momento en un centro comercial para comprar provisiones para mi padre.

Tenía previsto salir para las 4 de la tarde, y al final se me hicieron las 5 menos cuarto, así que fui un poquito más rápido de lo normal para intentar no llegar demasiado tarde. Lo malo es que poco antes de llegar a Pozo Cañada alcancé a un Patrol de la Guardia Civil... al parecer no eran de Tráfico, porque por las ventanas traseras se veía lo que parecían equipos antidisturbios (aunque juraría que eso sólo los gastan los Policías Nacionales), pero nunca está de más ir con cuidado, así que afino la velocidad a 120 y les adelanto lentamente, para luego, cuando estoy unos cuantos metros por delante, volver a subir un poco (hasta casi 130) para dejarlos atrás definitivamente.

El caso es que no debió gustarles, porque ellos también se pusieron a esa velocidad, e incluso algo más rápido, y me volvieron a adelantar (no era cosa de ponerse a echar carreras con ellos...) y los tuve delante durante un buen, buen rato, así que de lo de recuperar tiempo, poco.

Finalmente, conseguí adelantarlos otra vez, y también al otro Patrol con el que parecía que iban en caravana, y pude llegar a Madrid sin mayores problemas. Tardé 3 horas y media, justo lo previsto, y llegué cuando todo el mundo salía, así que no tuve mayores problemas en la entrada. Tampoco para aparcar: pude dejar el coche justo al lado del Bernabeu, y cruzar andando hasta el Palacio de Congresos, donde habíamos quedado... y para mi gran sorpresa, en lugar de ser el último (o casi, que nunca se sabe), fui el segundo en llegar. Qué cosas.

Tras esperar un (buen) rato al resto, acabamos cenando en un italiano, bastante original por cierto (la Lasaña de Ciervo con Boletus, genial), y teniendo en cuenta que estábamos en Madrid, no demasiado caro. Las conversaciones iban fluyendo siguiendo el típico esquema: torneo, jugadores de torneo, preguntas, correctores, etc (esto es lo que pasa por juntarse con gente del chat...) hasta que no se sabe cómo acabamos hablando de José María García y la famosa entrevista. Como yo no sabía nada del tema (algo había oído, pero poca cosa), aproveché para ir al servicio, y a la vuelta me encuentro con que me preguntan: "oye, con quién está cenando José María García". Al principio pensé que no había oído bien; luego, que era algún tipo de coña que no entendía, pero todo encajó cuando me dijeron "Anda, mira hacia atrás". Y efectivamente, a unas 3 o 4 mesas de distancia, en una mesa que quedaba casi en frente de los aseos, estaba sentando el SuperGarcía, charlando con alguien que desde nuestra mesa quedaba oculto tras una esquina. Y yo, empanadísimo para no variar, ni me había dado cuenta al salir del servicio.

Ya terminando la cena salió un nuevo tema: ¿a quién del torneo te gustaría conocer? Un tema original. En algún otro encuentro ya había salido, pero nunca en forma de pregunta tan directa. Al final, acabé haciendo gala de mi veteranía, y resulta que de todos los nicks mencionados por mis compañeros de cena, yo ya conocía personalmente al 80% (por decir una cifra), y es que ya son unos años y muchos kilómetros...

Tras la cena casi salí corriendo: se habían hecho las 23:30, y creía recordar que el avión de mi padre llegaba a las 23:40... creía, no por mi mala cabeza, sino porque mi padre simplemente no me lo había dicho. Única y exclusivamente que llegaba a la más que famosa T4 sobre esa hora. Y para allá que me fui. Y por cierto que queda (con perdón) en el culo del mundo. Llegué justo a las 23:45, cruzando los dedos para que no hubiese desembarcado ya y me estuviese esperando desde hacía rato.

Por supuesto, lo de cruzar los dedos no sirve de nada, porque en cuanto miré la pantalla de información vi que el único vuelo procedente de Italia sobre esa hora venía desde Milán (lo cual me cuadraba bastante, pues recordaba haber leído el nombre de la ciudad en el resguardo de la reserva de los billetes cuando se fue), pero llegaba a las 23:30 y estaba en tierra desde las 23:21.

Así que miré alrededor de la sala 10 (la que correspondía a ese vuelo) a ver si mi padre andaba por allí. Afortunadamente, parecía que aún no había desembarcado, aunque continuamente salían viajeros por la puerta de la sala. Así que me puse los cascos y a esperar.

Al cabo de un rato, como una media hora, me llega un SMS de mi padre: venía en el vuelo de ROMA (sic). Al leer el mensaje, me quedé un poco perplejo. Al fin y al cabo, me sonaba que venía de Milán, y es de donde venía el único avión que llegaba desde Italia a esa hora... en fin, ya conozco a mi padre: es aún más despistado que yo, que ya es decir. Seguro que se había confundido y venía de Milán. Y sin señales de él en la puerta.

Después de otro rato, otro mensaje: había desembarcado y estaba esperando la maleta. De nuevo del vuelo de ROMA. Ahora ya sí que no me cuadra, e intento llamarle, porque sigue sin aparecer por la sala 10. Sin cobertura.

Al final me llama él: que dónde estoy. ¿Dónde voy a estar? A la puerta de la sala 10. Y él, en la 2. Pero... si aquí no hay otro vuelo que llegue de Italia... ¿T1? ¡Si me habías dicho la T4!

Pues nada, a correr. Primero, salir de la T4 y entrar en el aparcamiento, que está enfrente, pero hay que dar mil vueltas.. Luego, a sacar el coche y camino de la salida... que casi hay que adivinar dónde queda. Y al llegar a la salida... ¡Coño, si no he pagado! Normal... no he visto ni una sola máquina... menos mal que hay una justo junto a la garita del guarda. Pagar, y a correr camino de la T1... pero... ¿por dónde? al final me las apaño para llegar en 10 minutos y aparcar justo delante de mi padre. Saludos, maletas al maletero, todos a bordo, y rumbo a casa. Justo la 1 de la madrugada.

Ya en camino me va poniendo al día de la realidad en Malta, sus líos con los profesores de allí para cumplimentar la documentación del proyecto, anécdotas de su estancia, compañeros, casero, etc etc... y yo sin saber qué me estaba dando más sueño: si el llevar más de 18 horas despierto y más de 400 km encima, o la charla que me estaba dando (es que cuando se pone, se pone...). Al final, el viaje de vuelta se hizo pesadísimo, no por la charla, sino por el cansancio que llevaba encima. Como a media hora de casa agotado, y me costaba horrores no pegar una cabezada al volante. Pero al final, llegamos sin más problemas, le dejé en casa y me vine corriendo a la cama, a dormir unas cuantas horas seguidas... o eso creía yo: a las 5:30 de la madrugada cogí cama, y debí dormirme al instante, y a las 10:30 de la mañana, estaba otra vez bien despierto, a pesar de mis esfuerzos por dar alguna cabezada más.

sábado, 24 de febrero de 2007

Dolor

Hoy, después de mucho tiempo, he vuelto a sentir verdadero dolor.

No hablo de decepción, tristeza o cualquier otro sentimiento. Hablo de dolor físico y real. Y no la clase de dolor que sentimos al cortarnos o darnos un golpe, sino de un dolor que no había sentido nunca: tanto frío que dolía. Más que frío, congelación.

Hoy tocaba montaña, y a eso de las nueve de la mañana, me he encontrado cerca de la Puebla de Don Fadrique, en Granada, casi al pie de La Sagra, con un frío horrible (a las 2 de la tarde hacía 6 grados en el coche, en la montaña probablemente menos) y un viento de los que obligan a disputar duramente cada paso en su contra. Hasta hoy no entendí qué es lo que mis compañeros de montaña tenían con La Sagra. Ahora lo sé: tiene todo el tipo de una montaña alpina, con sus más de 2000 metros, su bosque de pinos, el corte de vegetación a cierta altura, y hoy, la cumbre nevada hasta bien abajo, y gracias al viento, una nube en su cima, enroscándose sobre sí misma como un alargado dragón chino, protegiendo su tesoro encaramado a su montaña.

En parte por desconocimiento, en parte por falta de previsión, no llevé ropa de abrigo, ni tampoco guantes. No soy friolero, y los días de verdadero frío han pasado, pero La Sagra estaba bien nevada, y eso se notaba en el ambiente.

Nada más bajar del coche, mis manos han empezado a sufrir el ataque del viento helado. Frío, mucho frio, tanto, que han comenzado a entumecerse casi al instante. Mis compañeros, conocedores del terreno, iban preparados: ellos sí traían guantes. Durante unos momentos consideré la opción de quedarme en el coche y no ir con ellos: sabía que el camino sería largo, y tenía miedo de lo que pudiera pasar con mis manos si quedaban expuestas a ese viento durante las horas que duraría la travesía. Sin embargo, también era cierto que apenas había bajado del coche, así que los músculos aún estaban fríos y la sangre no circulaba al ritmo que lo haría durante la caminata.

Finalmente, comenzamos a caminar, mis músculos se calentaron y mis manos recuperaron algo de calor, aunque seguían ligeramente entumecidas. Nada serio. Podría aguantarlo.

Sin embargo, tres cuartos de hora más tarde llegamos a un punto crítico en nuestra tavesía: la cima de una cresta que se interponía entre nosotros y el Castejón del Mirabeles, nuestro reto de hoy.

En lo alto de la cresta estábamos a cierta altura, completamente expuestos al viento, que en ese punto era más fuerte y frío que nunca. Tras descansar un momento en un repecho y hacer unas fotos, decidimos saltar la valla que cercaba la cresta. Yo tuve verdaderos problemas para hacerlo, ya que el viento soplaba con tal fuerza que amenazaba con tirarme al suelo en cuanto levantase un pie de él.

Finalmente, aprovechando una tregua entre los embates del viento, pude cruzar la valla y comenzar el descenso por la otra ladera de la cresta, oculto en la sombra y aún más frío que el otro lado. Necesitaba toda mi atención para bajar, y también ambos bastones para apoyarme a cada paso, pues el viento seguía corriendo fuerte por el valle, haciendo peligrar nuestro equilibrio. Y a cada paso, mis manos sufrían un poco más, pues no tenía un momento que perder para intentar calentarlas ligeramente.

No sé si fueron dos, cinco, diez o quince los minutos que tardamos en llegar al pie de la cresta y cruzar un riachuelo. Sólo sé que para cuando llegamos allí mis manos dolían como no lo habían hecho nunca. La piel estaba helada y mis dedos completamente entumecidos. Al intentar calentarlas con mi vaho, la sensación era casi como meterlas en un horno: casi quemaba. Y lo más grave: el dedo gordo de mi mano derecha casi había perdido casi completamente la sensibilidad, aunque podía moverlo sin problemas. Al final, y dado que habíamos dejado atrás lo peor, tuve que pedir a un compañero que me prestara sus guantes durante unos minutos para poder recuperar la sensibilidad de mi dedo. Por suerte, al pie de la cresta había unos campos de cultivo sobre los que de nuevo volvía a calentar bien el sol, y a mi compañero no le hicieron falta los guantes durante buen rato, más que suficiente para recuperar mis manos y que el dolor desapareciera, y sobre todo, para convencerme de que debía llevar guantes para mis próximas excursiones.

Finalmente llegamos a lo alto del Mirabeles, donde volvía a soplar un fuerte viento, y tras 45 minutos de descanso para comer, volvimos a ponernos en camino, pues comenzaba a hacer demasiado frío para quedarnos más. Durante ese tiempo, nuestros músculos se habían relajado, y al volver a ponernos en marcha, mis manos volvieron a dolerme un poco hasta que cogimos el ritmo de la marcha, pero pudimos volver al coche sin demasiados problemas.

Ahora, ya en casa, duchado y calentito, y con cuatro raciones de crema hidratante para mis manos (estaban completamente cuarteadas y resecas, peor que si las hubiera metido en cualquiera de los disolventes del laboratorio), mis manos han vuelto a la normalidad sin mayores consecuencias que una piel un poco tirante y reseca, y los nudillos colorados. Y, eso sí, la decisión de llevar guantes a todas las demás salidas.

jueves, 22 de febrero de 2007

Apple cumple

Hace justamente 2 días que llego mi ipod defectuoso, y desde esta tarde me estaba esperando el "cambio". Y lo más sorprendente es que ahora mismo tengo 2 ipods, pues hasta mañana no vienen a llevarse el defectuoso.

Muchas empresas deberían tomar nota. Con un servicio tan bueno, dan ganas de comprarles más cosas... lástima que sean tan careros.

Ahora sólo me queda esperar no haber hablado demasiado pronto y que éste también tenga algún defecto...

miércoles, 21 de febrero de 2007

3 de 3

Pues sí, ya son 3 de 3: portátil, cámara e ipod.

Ayer estaba tan contento porque había llegado el ipod que compré hace un par de días (no me ha tardado apenas nada en llegar), y cuando llego a casa y voy a enchufarlo al pc... resulta que el conector del cable USB está defectuso.

Después de mucho probar y sujetar, consigo que el pc lo reconozca, y puedo comprobar que no hay ningún otro problema con él. Luego, otro montón de vueltas a ver si consigo "remendarlo" de alguna manera, susto incluido cuando, de alguna manera, el USB hizo cortocircuito y durante un par de minutos, mi pc estuvo muerto... suerte que después resucitó sin más consecuencias (en apariencia).

Por supuesto, esta mañana he llamado a Apple para que me lo cambien, y ya hay otro en camino... ¡así da gusto! Y eso que ni siquiera me ha llamado el del transporte para venir a recoger el defectuoso.

En cuanto a los otros dos, mi cámara Olympus está siendo revisada, para comprobar si realmente está defectuosa (en caso de no estarlo, es que la calidad es malísima, y la devolvería de inmediato), y el portátil... un día de estos lo embalaré y lo enviaré a reparar...

Eso sí: son 3 de 3, pero perfectamente podían ser 4 de 5... porque antes del portátil vino mi móvil Samsung, que tendrá sus pros y sus contras, pero no tiene defectos de fábrica, y antes de ese, la cámara Nikon S3, que más que tener defectos, es un defecto en sí misma: calidad pésima, y encima, los problemas con el envío (esto me lo han tenido que recordar...).

domingo, 18 de febrero de 2007

Pesimista

Me han dicho muchas veces que soy demasiado pesimista. Y es cierto. Pesimista en el sentido de ponerme siempre en lo peor que pueda suceder. Tal vez sea por no hacerme falsas ilusiones, tal vez por estar preparado para lo que pueda venir, tal vez por miedo a que me salgan bien las cosas. O tal vez sólo sea por la experiencia acumulada.

Mi "excusa" es que prefiero equivocarme y que las cosas sean mejores de lo que pensaba o esperaba que al contrario. Por supuesto, cuando sucede así, me alegro.

Y ésta ha sido una de esas ocasiones. Hace apenas un par de días, una estupidez (además perfectamente previsible) volvía a hundirme la moral. Fruto de ello era el anterior envío... aunque me equivocaba.

Una sorpresa (¡agradable!), un par de días, algo de aire fresco y un paseo por la montaña después, todo sigue ahí: la rabia para apretar los dientes, el valor para volver a abrir los ojos, la fuerza para dar un paso y otro más, y las ganas de seguir hacia adelante con una sonrisa.


Dicen que se distingue a un verdadero triunfador porque es capaz de apostar todo lo que tiene a un sólo número, perderlo y volver a empezar desde cero con una sonrisa.

Yo no lo perdí todo, pero sí algo muy valioso, y fue un gran golpe, pero de aquello fui capaz de sacar muchas cosas, y sobre todo, encontrar una sonrisa que había perdido hacía mucho. Si pude con aquello, puedo con todo. Tal vez tropiece, tal vez vuelva a caer, tal vez me den en las narices y me duela un tiempo. Pero elegí salir adelante, y volveré a hacerlo una y otra vez, todas las veces que haga falta.

Al final dejé que mi madre me "esquilase"... y no ha quedado tan mal. Ah, y encargué un ipod... mi viejo minidisc está a punto de pasar a mejor vida.

jueves, 15 de febrero de 2007

Equilibrio

Sin entrar en discusiones más complejas, podría decirse que en la naturaleza todo tiende a un equilibrio, a un estado estable, sostenible sin esfuerzos. Aunque a veces, un pequeño cambio produce una migración a otro estado de equilibrio que se mantenga por sí mismo.

Aplicado a personas, es aproximadamente la "ley del mínimo esfuerzo": mantener un estilo de vida con el que obtengamos el máximo de satisfacción y nos cueste lo mínimo mantener. Y también es aplicable lo de los cambios.

Es lo que me ha sucedido a mí... más o menos. Desde hace unos meses, y debido a un importante cambio, podría decirse que mi vida se alejó del "equilibrio" en el que estaba estancada, y migró hacia "esfuerzos mayores" y "satisfacciones mayores". Prueba de ello son algunas de las entradas de los últimos meses en este blog: cosas nuevas, intenciones, intentos, pruebas, etc.

Y al final, vuelta a lo de siempre. Ahora, otro pequeño cambio me hace volver a la casilla de salida. Cosas que se desmoronan (mi moral, por ejemplo), ideas que desaparecen, ilusiones que revelan la triste realidad, y la confianza en la gente, que tanto me ha costado conseguir, vuelve a ocultarse severamente herida tras un muro protector. Tantas viejas sensaciones, tan conocidas, están de regreso...

Todo a pesar de que ayer mismo aún andaba pensando en hacer alguna locura, y sin embargo, hoy me parece todo tan lejano... como si todo lo que fue diferente estos últimos meses hubiese ocurrido en un fin de semana irrepetible, de ésos que pasan como un relámpago, de los que se recuerdan como una monumental borrachera de sábado noche, mientras miras el reloj para descubrir que son las 9:05 del lunes por la mañana, a pesar de que tienes la sensación de llevar años enteros en el trabajo, y lo que queda...

sábado, 10 de febrero de 2007

HOW TO: Perder al instante todos los "puntos" con una compañera de trabajo.

Antes de nada, indicar que este método sólo tiene una eficacia estimada del 95%.

El otro 5% de casos restantes se corresponde con los raros casos en los que la compañera en cuestión esté disponible y alguna vez se haya fijado en nosotros. En cualquier caso, son excepciones extremadamente improbables.

MÉTODO:

La técnica a emplear es tremendamente simple y admite infinidad de variantes: basta dejar medianamente claro a la interfecta que uno siente cualquier tipo de interés por ella. A lo largo de esta discusión se tomará como ejemplo una invitación al cine. Sin embargo, lo aquí descrito es perfectamente aplicable a cualquier otro tipo de demostración, salvando las posibles diferencias y aplicando las "conversiones" oportunas entre los diferentes casos.

CONSECUENCIAS INMEDIATAS:

En la mayor parte de los casos, tras el momento crítico de realizar la invitación se observará en nuestra compañera un nerviosismo crónico, contraproducente para nuestro objetivo de perder todos los puntos con ella, ya que durante esos primeros momentos de duda estará buscando una forma de salir del atolladero sin comprometerse demasiado. Esto supone un riesgo para el objetivo debido a que indica que al menos hasta ese momento tenía cierta consideración hacia nosotros y busca producir los menores daños posibles.

Sin embargo, en casos de personalidades especialmente fuertes o importante fuerza de decisión, este nerviosismo puede no aparecer; en estos casos, es bastante probable que se dé la primera de las dos posibilidades descritas a continuación.

Tras el momento del impacto y la asimilación del golpe, recibiremos una respuesta. En términos generales, la respuesta más probable pasa por ser del tipo "Lo siento, pero no me interesas para nada". Respuesta dura, directa e incontestable en la mayoría de las ocasiones (si bien dar una respuesta a ella no suele cambiar el resultado obtenido en un 99.9% de los casos), y sin embargo se trata de la salida más favorable, dado que el asunto se verá satisfactoriamente liquidado al instante.

Más interesante es el caso en el que recibimos las conocidas como "largas". Para el caso estudiado, las más habituales son "no hay nada que me apetezca ver", "no sé qué ponen", "ahora mismo estoy muy liada", "un día de estos te aviso y quedamos", o incluso "claro, llamo a X e Y y quedamos todos (donde X e Y son los nombres de las amigas de turno, también conocidas como 'carabinas')". Cualquier tipo de "larga" es fácilmente reconocible, porque aunque tengamos la rapidez de reflejos suficientes como para proponer alguna solución, acabaremos topando con otra "larga" o una explicación de que nuestra solución no convence.

Las "largas" son en apariencia inquietantes porque desde nuestro punto de vista implican un pequeño riesgo de que acabemos consiguiendo una cita (o algo parecido), y nuestro proyecto de perder todos los puntos con la susodicha acabe yéndose al traste. Sin embargo, está empíricamente demostrado que dichos riesgos de fracaso son prácticamente inexistentes, por lo que podremos identificar la aparición de cualquiera de estas "largas" con la consecución de nuestro objetivo, con el aliciente añadido de que ni siquiera se nos valora lo suficiente como para dejarnos las cosas claras y tener la oportunidad de explicarnos (lo cual, de nuevo, podría poner en serio compromiso el objetivo, ya que corremos el riesgo de que ante el vértigo que supone el éxito, logremos salir de la situación con alguna excusa estúpida y dar marcha atrás o desviar la cuestión a otro terreno).

RESULTADOS A MEDIO-LARGO PLAZO:

Los resultados de este método son observables desde apenas unos minutos después puesto en práctica (una vez que nuestro sujeto se ha repuesto de la impresión y comienza a pensar con claridad en lo sucedido). Sin embargo, los resultados mejoran cuanto más aumenta el "tiempo de maduración" de las conclusiones de nuestra compañera. Para mayor efecto, se recomienda llevar a cabo la acción al final de la jornada laboral, consiguiendo los resultados óptimos cuando la maniobra se ejecuta justo antes del fin de semana. Esto último se debe a la posibilidad de que la interfecta comente lo sucedido con amigos y/o compañeras, lo que aumentará el efecto conseguido sobre ella.

El más inmediato de los resultados es la inclusión en su lista de "pesados - acosadores" que intentan conseguir una cita con ella sin ser merecedores de tal honor. A partir de ahí, pueden esperarse los siguientes resultados, que no tienen por qué limitarse a o incluir los siguientes:

- Pérdida de cualquier tipo de complicidad y/o colegueo existente.

- Exclusión de cualquier grupito en la que la persona que lleve la voz sea la compañera sobre la que se ha realizado la experiencia.

- Absoluta disponibilidad de espacio: allá donde vayamos, desaparecerá ella en cuestión de segundos, salvo que su labor la obligue a permanecer allí, caso en el que nos ignorará completamente salvo que no le quede más remedio.

- Incomodidad generalizada para comunicarse con nosotros (o nosotros con ella), incluida la pérdida de cualquier tema de conversación que se pudiera tener en común.

- Aislamiento informativo sobre cualquier aspecto de su vida, acompañado del desinterés más absoluto sobre cualquier aspecto de la nuestra, por mucho que se interesase alguna vez.

- Miradas furtivas para la comprobación de nuestra posición y disposición a acercarnos. Por descontado, se da por supuesto que evitará cualquier cruce de miradas con nosotros.

- "Peticiones de ayuda cero": cualquier labor que podamos realizar para aligerar su trabajo será directamente asumida por ella para no tener que recurrir a nosotros, aunque le suponga una gran pérdida de tiempo o unos resultados netamente inferiores a los que nosotros podamos conseguir. Este punto es salvable en casos de extrema importancia de la labor a realizar. En situaciones de fuerza mayor, como necesidad inmediata o no-disponibilidad de otra persona que pueda realizar la labor, recurrirá a nosotros como si nada hubiera pasado, eso sí, respetando el resto de efectos descritos.

- Cualquier ayuda y/o favor voluntarios hacia ella será recibido como un intento de impresionarla, con vistas a un posible segundo intento, lo que contribuye en gran manera a reforzar el éxito de nuestro proyecto.

En general, puede esperarse cualquier clase de efecto destinado a alejarse de nosotros y mantenernos a raya, no vaya a ser que interpretemos cualquier gesto casual como una señal de interés hacia nosotros y se nos vaya a ocurrir volver a intentarlo.

EFECTOS COLATERALES:

Según las circunstancias, puede darse también alguno de estos otros efectos:

- En caso de haber alguna otra compañera con la que tengamos una relación más próxima, existe una alta probabilidad, proporcional a lo "buena persona" (léase "tontos") que seamos, de que ésta sienta lástima por nosotros, especialmente si en algún momento la habíamos informado de nuestro interés por la compañera objetivo de nuestro método.

- En caso de tener colegas masculinos, es altamente probable que acaben por enterarse del éxito de nuestro proyecto, lo que puede dar diferentes tipos de resultados: la ridiculización masiva ("con que gustaba [insertar aquí el nombre de la compañera en cuestión], ¿eh?" y similares), el silencio respetuoso (no en vano la realización de un proyecto como este implica un importante esfuerzo, gran decisión, y una moral elevada para resistir el ridículo), o los ánimos vanos ("venga, chaval, que hay un montón de tías buenas por ahí..." o similares).

RECOMENDACIONES FINALES:

No se recomienda aplicar este método una segunda vez, salvo en casos extremos de masoquismo.

La segunda aplicación sobre el mismo objetivo no mejorará en exceso los resultados obtenidos, sólo contribuirá a crear una nueva situación forzada, aunque en este caso ya no contaremos con la estima con la que contábamos en el primer intento, por lo que es más probable que recibamos una respuesta en la línea del "No me interesas para nada", reforzado con un "déjame en paz de una vez".

Una segunda aplicación del método sobre un objetivo distinto en el mismo ámbito de trabajo probablemente (esta variante no ha sido probada) tenga nuevos efectos colaterales sobre todas las compañeras, añadiendo a nuestro currículum la fama de "veleta" y acrecentando la de pesado.

FUTUROS OBJETIVOS:

Posible descripción de los efectos de la lectura de este manual por el sujeto sobre el que se ha aplicado el método.

Límites

Todos tenemos nuestros límites.

Yo me esfuerzo en ignorar los míos una y otra vez, y mentirme a mí mismo y a los demás sobre cuáles son y dónde están esos límites.

Algunos llaman a eso afán de superación.

Yo lo llamo estupidez: al final, siempre acabo chocando contra la realidad, y por mucho que duela, termino por encontrar ganas y/o motivos para volver a por más.

lunes, 5 de febrero de 2007

Veintiocho

Ya hace otro año más, parece mentira. Y éste último ha sido movidito.

El año pasado por estas fechas todo parecía tan tranquilo, tan estable... y ahora todo es diferente: vuelvo a estar solo, estoy en mejor forma de lo que he estado nunca, mi trabajo es diferente, a pesar de trabajar en el mismo sitio, y, aunque muchas cosas han cambiado, aún voy por ahí con una sonrisa. Quizás incluso más sonriente que hace un año.

Y sin embargo, en el fondo todo sigue igual, porque algunas cosas no cambian. Al menos, no fácilmente.

En algún momento durante la corta vida de este blog me he dado cuenta de que es un blog muy impersonal. Me explico: la mayor parte de las entradas son acerca de mi "día a día", de cosas que me rodean, y que muy pocas hablan realmente de mí o de que me pasa por la cabeza, o por el corazón, y sin embargo, eso soy yo: un gran desconocido, incluso para la gente que me rodea.

¿Por qué? Quizás porque el saber es "poder", y que no hace más daño el que quiere, sino el que puede, aunque sea inconscientemente. Sea como sea, a mi alrededor hay un muro que a cada día que pasa se hace más alto y más grueso, y temo que cualquier día, si no ya, quedaré atrapado dentro.

Con esta entrada voy a intentar cambiar un poco eso (y me temo que eso la va a convertir en extra larga).

Sobre mí mismo, creo que lo mejor que puedo decir es algo que dijo Ortega y Gasset hace mucho tiempo: "Yo soy yo y mis circunstancias". Es una cita que recuerdo desde que la leí en un libro de literatura en BUP.

La parte fácil es la de mis circunstancias actuales. A grandes rasgos, son más o menos las mismas que las que pueda tener cualquier otro doctorando mileurista que vuelve a estar soltero tras un par de años con su novia.

La parte compleja es la del "yo". Compleja porque hay tantas cosas que es imposible tenerlas todas en cuenta.

En sentido estricto, yo soy lo que he heredado de mis padres. Herencia no sólo en el sentido genético (de lo que poco puedo hablar), sino también de sus virtudes y defectos, replicados en mí mismo a fuerza de ser mis guías y modelos durante la infancia. Ambos son grandes personas, tengo mucho que agradecerles y no los cambiaría por nadie, y sin embargo, veo en mí los efectos de sus propias personalidades.

De mi padre, por ejemplo, no sólo heredé el gusto por la lectura, los viajes y muchos buenos hábitos, sino también sus grandes dificultades para relacionarse y hacer amigos, además de su "invalidez sentimental": en todos los años que estuvieron casados creo que jamás le vi besar a mi madre.

Todo esto deja huella, allá está él, siempre rodeado de libros y nunca de amigos, y aquí estoy yo, asomándome al mundo a través de la ventana que es el ordenador. Con más amigos lejos de aquí que cerca.

Tuve amigos en el colegio, los tuve en el instituto, los tuve durante la carrera... pero ahora, creo que puedo contar con los dedos de una mano los verdaderos amigos que me quedan después de todo aquello. ¿Será que sólo he topado con gente a la que no le interesaba mantener mi amistad?¿O será que soy yo el que es incapaz de conservar las amistades? Según el principio de la navaja de Occam, la explicación más sencilla suele ser la correcta. Quizás por eso cada momento que paso con gente es valioso, quizás por eso siempre intento dar todo lo mejor de mí.

Ahora tengo más habilidades para forjar datos que para mantener una simple conversación, o despertar el menor interés en alguien. Y sobre todo, tengo unas emociones cada vez me cuesta más encontrar, enterradas cada vez más profundo con cada golpe que recibo.

Mi madre, extranjera y por tanto criada en una cultura diferente, con sus ideas como mínimo originales, eligió en mi infancia darme otro idioma, e inconscientemente, otro punto de vista, otra forma de ver el mundo. También me hizo receptáculo de lo que a ella le parecía original y bonito, y que para otros niños era raro y diferente. Y no nos engañemos, los niños son crueles. Muy crueles.

Más incluso cuando "el raro" consigue buenos resultados y alabanzas donde para ellos sólo hay errores y regañinas. No es de extrañar que en séptimo de EGB mi vida escolar pareciera sacada de una película yanki: buenas notas y algún que otro palo en los recreos. Al menos eso me hizo abrir los ojos y descubrir que debía aprender a valerme por mí mismo.

¿Más familia? Sí, claro que tengo más familia: primos, primas, tíos, tías, aunque sólo una abuela, y ya no está muy lúcida. Pero son como el que tiene un tío en Granada. Sólo que los míos están aún más lejos. Nunca hemos tenido demasiada relación. Con el que estuve más unido fue con mi abuelo materno, que falleció hace unos años, y ni siquiera fui capaz de ir al funeral.

Tampoco ayudó mucho la separación de mis padres. ¿Cómo va a ayudar eso a un hijo único? Y sin embargo, lo hizo. Quise huir, cuanto más lejos, mejor. Y huí, pero saqué algo positivo: una beca Erasmus en Alemania. Allí yo no era "yo": tenía una oportunidad de aprender cosas nuevas, de valerme por mí mismo, de ver mundo, de ser un nuevo yo. Muchas cosas siguieron igual, otras cambiaron para siempre. Sólo sé que desde entonces mi vida cambió, y los años que han venido desde entonces han sido cada vez mejores: llegó una pareja, mi licenciatura, mi coche, viajes, gente, un "trabajo" y otras muchas cosas.

Luego han venido otras menos buenas, como que aquella que una vez apareció en mi vida ahora se ha alejado de ella (aunque por suerte no ha llegado a salir del todo), y siempre he sido capaz de sacar algo bueno de ello.

Sin embargo, sigo sintiendo ese vacío que siempre he sentido en mi interior. Ese vacío que se lo traga todo, sentimientos, ilusiones, decepciones, alegrías, penas... todo es efímero o inexistente, y todas esas cosas pasan sobre mí como las gotas de lluvia sobre la tela de un paraguas. Y sin embargo, sin ese vacío no podría seguir adelante, pues es lo que me lleva a pedir más, a aprender cosas nuevas, a probar cosas que no había conocido, a querer más, a buscar algo a lo que pueda agarrarme para no ser yo mismo el que se pierda en ese vacío, a buscar algo para que, aunque sólo sea momentáneamente, mi vida sea algo más que la enorme resignación que me invade, no sólo a cada revés, sino también cuando las cosas están de cara.

Parece triste y no lo es. Parece una queja y no lo es. Sé que no soy como los demás, sé que no encajo en este lugar, y sin embargo, son las cartas que la vida me ha dado. y con las que me toca jugar. Juguemos pues, si hace falta, hasta de farol. Aprovechemos al máximo lo que hay e inventemos lo que falte. No cambiaría nada de mi pasado, porque todo lo que he vivido es lo que me ha hecho llegar a este momento tal y como soy, lo que me ha hecho llegar hasta aquí y lo que me hará llegar a mañana sólo para ver qué me depara. No creo en la felicidad, pero me levanto día tras día esperando que algo o alguien me demuestre hasta qué punto me equivoco.

Mientras tanto, a lo más que aspiro es a que mis actos sean como una única huella en una playa desierta: llamativa, anónima, solitaria, sin saber de dónde viene o a dónde va, y sin la menor importancia, ya que en poco tiempo, desaparecerá entre las huellas de otros o una ola borrará su recuerdo para siempre.

sábado, 3 de febrero de 2007

Viajes

En este mapa voy a intentar marcar los viajes que voy haciendo y los que tengo planeados.

Para empezar, el mapa, luego intentaré ir metiendo poco a poco los sitios en los que ya he estado.




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