lunes, 28 de agosto de 2006

Zamora

Aquí está Zamora, a la orilla de su Duero.

Ahora, en verano, lejos de semana santa, más que una ciudad parece un pueblo grande: tranquila y acogedora, y con un tiempo tan bueno que invita a perderse por las calles de la zona monumental en busca de sus iglesias románicas, tantas, que parece que hay una escondida detrás de cada esquina. Pero no sólo hay iglesias: la catedral, el castillo, el paseo junto al río, la plaza mayor, el parador... tantas cosas que ver que no me atrevo a hacer una lista, por no desmerecer aquellas que no aparezcan en ella. Y todo con el encanto de las cosas bien cuidadas: la piedra antígua, desnuda y limpia, las calles empedradas, sin un sólo papel en el suelo, y cada poco, un rinconcito con un árbol, un poco de hierba y una sombra bajo la que cobijarse.

Y sobre todo, la tranquilidad de los tesoros no descubiertos. Sí, hay turistas, por supuesto. Sería imposible que un sitio tan bonito no lo conociera nadie, pero no son, ni mucho menos, las aglomeraciones de los sitios que se han convertido en grandes destinos. Quizás, porque el verano de Zamora no es el gran reclamo de esta ciudad. Su momento fuerte es la Semana Santa, cuando me dicen que la ciudad pasa de los cerca de setenta mil habitantes hasta cerca del medio millón, pues su semana santa está declarada de interés turístico internacional.

En cualquier caso, me ha encantado este viaje a Zamora, incluso sin semana santa. El lugar, el ambiente, la compañía, e incluso los paseos solitarios por las calles han sido algo impagable. Me llevo un estupendo recuerdo, unas ideas un poco más claras, y sobre todo, las ganas de volver.

miércoles, 23 de agosto de 2006

El ave fénix

Dice la leyenda del pájaro de fuego que en todo el mundo existe sólo un ave fénix.

Su forma varía según quién la describa, pero siempre es un ave cuyas plumas brillan con colores entre el dorado y el rojo incandescente, el color de las llamas vivas.

El fénix es el símbolo de la resurrección y de la inmortalidad: en el momento de su muerte, el ave fénix se consume en sus propias llamas, de cuyas cenizas surge un huevo que al romperse devuelve a la vida al fénix rejuvenecido.

Por eso me gusta el fénix: porque tras el duro trance de su muerte, renace en todo su esplendor, rejuvenecido, fortalecido y listo para volver a vivir. De la misma forma que, tras cada golpe, a nosotros nos toca levantarnos, volver a fijar la mirada en el horizonte y seguir avanzando.

martes, 22 de agosto de 2006

Renacer

La vida de una persona cambia contínuamente. Algunos de estos cambios se ven llegar, pues están sujetos a fechas y momentos concretos, como las sucesivas decisiones que tomamos cuando crecemos y elegimos qué queremos estudiar, o si queremos dejar de hacerlo para buscar un trabajo.

Estas decisiones marcan nuestro futuro, abriendo unas puertas y cerrando otras, unas veces para siempre, otras no.

Sin embargo, otras veces los cambios se producen en el momento menos esperado. Suceden cosas que nos afectan en mayor o menor grado, y que también afectan al futuro de nuestras vidas.

Uno de estos cambios repentinos que afecta a la vida de muchísimas personas es el enamorarse. Y no menos importante es el cambio contrario: romper. Y ahí estoy yo.

Desde hace cerca de 3 años, éramos dos. Por las circunstancias, siempre juntos desde muy pronto. Y de repente, se acabó, sin opción a vuelta. Queda la confianza, queda la amistad, profunda y sincera, y sobre todo, quedan los recuerdos, más y menos felices, pero llenos de enseñanzas.

Ahora toca renacer, olvidar muchas de las costumbres adquiridas estos años, y recuperar algunas de las viejas, retomar contactos que se han perdido, abrirse a nuevas experiencias, volver a acostumbrarse a estar solo. Pero sobre todo, comenzar de nuevo a andar hacia adelante.