viernes, 13 de octubre de 2006

Barcelona

Más de dos años después vuelvo a encontrarme con Barcelona.

A diferencia de la última vez, en esta ocasión viajo solo, aunque sé que allí tendré muy buena compañía.

En mi anterior estancia viajaba con la que ahora es mi ex novia. Yo no conocía la ciudad (aunque ya había estado allí muchos años antes, con mis padres), y ella sí. Pasamos por algunos de los puntos más típicos de la ciudad, y aún ahora recuerdo montones de detalles: la plaza de Catalunya, las Ramblas, la plaza de Sant Jaume, via Laietana y el fast food donde comimos, el puerto, el parque Güell, el Paseo de Gracia, el Dunkin Donuts de allí y lo que nos reímos en él... casi podría reconstruir paso a paso aquella visita, y de hecho, los lugares que conocía hasta ahora de Barcelona se deben a esa visita.


Y al igual que están esos recuerdos, también están los de las fotos. Esta vez no importa el qué fotografíe: las fotos que hago siempre parecen estar vacías. No importa si el lugar está despejado o atestado de gente. Siempre hay un abismo invisible que eclipsa la composición, y toda mi atención se centra en él, como si sin una persona que llenase ese vacío, la foto no valiera para nada.

No, definitivamente, viajar solo no es lo mismo. No importa a cuánta gente visites, ni con cuánta gente quedes, siempre quedan esos momentos de soledad, esos silencios, en los que se echa en falta tener a alguien que viaje contigo.

Y sin embargo, no estoy triste. Es ley de vida: unas personas se van de nuestro lado, otras llegan, y otras, vuelven.

Como la amiga que he venido a visitar: nos conocimos de Erasmus hace cuatro años, y no habíamos vuelto a vernos desde entonces.

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