lunes, 5 de febrero de 2007

Veintiocho

Ya hace otro año más, parece mentira. Y éste último ha sido movidito.

El año pasado por estas fechas todo parecía tan tranquilo, tan estable... y ahora todo es diferente: vuelvo a estar solo, estoy en mejor forma de lo que he estado nunca, mi trabajo es diferente, a pesar de trabajar en el mismo sitio, y, aunque muchas cosas han cambiado, aún voy por ahí con una sonrisa. Quizás incluso más sonriente que hace un año.

Y sin embargo, en el fondo todo sigue igual, porque algunas cosas no cambian. Al menos, no fácilmente.

En algún momento durante la corta vida de este blog me he dado cuenta de que es un blog muy impersonal. Me explico: la mayor parte de las entradas son acerca de mi "día a día", de cosas que me rodean, y que muy pocas hablan realmente de mí o de que me pasa por la cabeza, o por el corazón, y sin embargo, eso soy yo: un gran desconocido, incluso para la gente que me rodea.

¿Por qué? Quizás porque el saber es "poder", y que no hace más daño el que quiere, sino el que puede, aunque sea inconscientemente. Sea como sea, a mi alrededor hay un muro que a cada día que pasa se hace más alto y más grueso, y temo que cualquier día, si no ya, quedaré atrapado dentro.

Con esta entrada voy a intentar cambiar un poco eso (y me temo que eso la va a convertir en extra larga).

Sobre mí mismo, creo que lo mejor que puedo decir es algo que dijo Ortega y Gasset hace mucho tiempo: "Yo soy yo y mis circunstancias". Es una cita que recuerdo desde que la leí en un libro de literatura en BUP.

La parte fácil es la de mis circunstancias actuales. A grandes rasgos, son más o menos las mismas que las que pueda tener cualquier otro doctorando mileurista que vuelve a estar soltero tras un par de años con su novia.

La parte compleja es la del "yo". Compleja porque hay tantas cosas que es imposible tenerlas todas en cuenta.

En sentido estricto, yo soy lo que he heredado de mis padres. Herencia no sólo en el sentido genético (de lo que poco puedo hablar), sino también de sus virtudes y defectos, replicados en mí mismo a fuerza de ser mis guías y modelos durante la infancia. Ambos son grandes personas, tengo mucho que agradecerles y no los cambiaría por nadie, y sin embargo, veo en mí los efectos de sus propias personalidades.

De mi padre, por ejemplo, no sólo heredé el gusto por la lectura, los viajes y muchos buenos hábitos, sino también sus grandes dificultades para relacionarse y hacer amigos, además de su "invalidez sentimental": en todos los años que estuvieron casados creo que jamás le vi besar a mi madre.

Todo esto deja huella, allá está él, siempre rodeado de libros y nunca de amigos, y aquí estoy yo, asomándome al mundo a través de la ventana que es el ordenador. Con más amigos lejos de aquí que cerca.

Tuve amigos en el colegio, los tuve en el instituto, los tuve durante la carrera... pero ahora, creo que puedo contar con los dedos de una mano los verdaderos amigos que me quedan después de todo aquello. ¿Será que sólo he topado con gente a la que no le interesaba mantener mi amistad?¿O será que soy yo el que es incapaz de conservar las amistades? Según el principio de la navaja de Occam, la explicación más sencilla suele ser la correcta. Quizás por eso cada momento que paso con gente es valioso, quizás por eso siempre intento dar todo lo mejor de mí.

Ahora tengo más habilidades para forjar datos que para mantener una simple conversación, o despertar el menor interés en alguien. Y sobre todo, tengo unas emociones cada vez me cuesta más encontrar, enterradas cada vez más profundo con cada golpe que recibo.

Mi madre, extranjera y por tanto criada en una cultura diferente, con sus ideas como mínimo originales, eligió en mi infancia darme otro idioma, e inconscientemente, otro punto de vista, otra forma de ver el mundo. También me hizo receptáculo de lo que a ella le parecía original y bonito, y que para otros niños era raro y diferente. Y no nos engañemos, los niños son crueles. Muy crueles.

Más incluso cuando "el raro" consigue buenos resultados y alabanzas donde para ellos sólo hay errores y regañinas. No es de extrañar que en séptimo de EGB mi vida escolar pareciera sacada de una película yanki: buenas notas y algún que otro palo en los recreos. Al menos eso me hizo abrir los ojos y descubrir que debía aprender a valerme por mí mismo.

¿Más familia? Sí, claro que tengo más familia: primos, primas, tíos, tías, aunque sólo una abuela, y ya no está muy lúcida. Pero son como el que tiene un tío en Granada. Sólo que los míos están aún más lejos. Nunca hemos tenido demasiada relación. Con el que estuve más unido fue con mi abuelo materno, que falleció hace unos años, y ni siquiera fui capaz de ir al funeral.

Tampoco ayudó mucho la separación de mis padres. ¿Cómo va a ayudar eso a un hijo único? Y sin embargo, lo hizo. Quise huir, cuanto más lejos, mejor. Y huí, pero saqué algo positivo: una beca Erasmus en Alemania. Allí yo no era "yo": tenía una oportunidad de aprender cosas nuevas, de valerme por mí mismo, de ver mundo, de ser un nuevo yo. Muchas cosas siguieron igual, otras cambiaron para siempre. Sólo sé que desde entonces mi vida cambió, y los años que han venido desde entonces han sido cada vez mejores: llegó una pareja, mi licenciatura, mi coche, viajes, gente, un "trabajo" y otras muchas cosas.

Luego han venido otras menos buenas, como que aquella que una vez apareció en mi vida ahora se ha alejado de ella (aunque por suerte no ha llegado a salir del todo), y siempre he sido capaz de sacar algo bueno de ello.

Sin embargo, sigo sintiendo ese vacío que siempre he sentido en mi interior. Ese vacío que se lo traga todo, sentimientos, ilusiones, decepciones, alegrías, penas... todo es efímero o inexistente, y todas esas cosas pasan sobre mí como las gotas de lluvia sobre la tela de un paraguas. Y sin embargo, sin ese vacío no podría seguir adelante, pues es lo que me lleva a pedir más, a aprender cosas nuevas, a probar cosas que no había conocido, a querer más, a buscar algo a lo que pueda agarrarme para no ser yo mismo el que se pierda en ese vacío, a buscar algo para que, aunque sólo sea momentáneamente, mi vida sea algo más que la enorme resignación que me invade, no sólo a cada revés, sino también cuando las cosas están de cara.

Parece triste y no lo es. Parece una queja y no lo es. Sé que no soy como los demás, sé que no encajo en este lugar, y sin embargo, son las cartas que la vida me ha dado. y con las que me toca jugar. Juguemos pues, si hace falta, hasta de farol. Aprovechemos al máximo lo que hay e inventemos lo que falte. No cambiaría nada de mi pasado, porque todo lo que he vivido es lo que me ha hecho llegar a este momento tal y como soy, lo que me ha hecho llegar hasta aquí y lo que me hará llegar a mañana sólo para ver qué me depara. No creo en la felicidad, pero me levanto día tras día esperando que algo o alguien me demuestre hasta qué punto me equivoco.

Mientras tanto, a lo más que aspiro es a que mis actos sean como una única huella en una playa desierta: llamativa, anónima, solitaria, sin saber de dónde viene o a dónde va, y sin la menor importancia, ya que en poco tiempo, desaparecerá entre las huellas de otros o una ola borrará su recuerdo para siempre.

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