domingo, 7 de enero de 2007

Retorno al hogar perdido

Mi padre está fuera durante una temporada, y me ha dejado encargado de regar las plantas y recoger el correo de vez en cuando. Esta tarde he estado en su casa. La casa donde vivíamos antes de que mis padres se separasen.

No tenía pensado entrar en la casa, pero he terminado por hacerlo. Me he sentido como en una de ésas películas en cuyos protagonistas entran en algún lugar abandonado: polvo, el rastro del paso del tiempo por todas partes, y sobre todo, la soledad en el ambiente.

He estado fisgando. No he podido vencer la tentación y he abierto algunos armarios, mirado en todas las habitaciones... Todo ha cambiado, y nada ha cambiado. Tras las puertas de muchos armarios aún están los mismos trastos, el mismo desorden en el garaje, las mismas notas de mi madre sobre los azulejos de la cocina. Y al mismo tiempo, todo es diferente: habitaciones que, a pesar de ser las mismas de siempre, han cambiado completamente, puesto que no contienen nada de lo que contenían antes; cosa que nunca han estado ahí, que no pertenecen a ese lugar, y que destacan como una nube de lluvia en un cielo despejado. Hasta la misma luz es diferente; a la luz de las bombillas halógenas le falta la vida que antes se respiraba en esa casa. Es como una parodia de nuestros años felices en esa casa.

Ahora lo veo todo desde la distancia. Reconozco cada esquina de la casa, la mayor parte del caos que reina por todas partes, pero no como si fuera parte de mi vida, sino como si lo hubiera visto en una película, grabada en mi memoria a fuerza de verla repetida un millón de veces, una tras otra. Camino entre los recuerdos, y me asalta una ola melancolía, un tsunami imparable, que sin embargo no llega más que a mojar el inmenso vacío que llevo dentro.

Después, una vuelta a la llave, y regreso a mi vida, a mi hogar.

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