viernes, 25 de mayo de 2007

Iluso

En los últimos nueve meses he cambiado. Tanto, que algunos no me han reconocido al verme. Tanto, que algunos han llegado a decir que soy otro.

Pero... en el fondo, ¿qué ha cambiado?

No ha cambiado nada. A la hora de la verdad, todo sigue igual. Las ilusiones se tornan decepciones con la misma facilidad que antes, y una vez más sólo queda el vacío, pero esa vez con el añadido de la sensación de estupidez debida a que nada de lo sucedido en los últimos meses ha servido para producir la más mínima diferencia.

No ha servido de nada volver a intentarlo.
No ha servido de nada dar la cara y luchar.
No ha servido de nada conservar la sonrisa y la moral alta.

Una vez más estoy en el mismo punto de partida: solo. Y esta vez no hay no hay ganas de volver a intentarlo... ¿de qué serviría? Al final, las ilusiones sólo traen esto: decepciones cada vez mayores y el sentimiento de que no pertenezco a todo esto.

Lo peor es que no hay forma de abandonar. Forma parte de ser un imbécil el que dentro de un tiempo vuelva a aparecer alguien que me haga olvidar y pensar "esta vez sí", para que al final vuelva a ser lo mismo. Una y otra vez.

Me gustaría poder acabar con estas emociones. Extirparlas para siempre. Asumir de una vez que no hay nadie, que nunca "va a ser que sí", y acabar con el origen de todo esto para que no vuelva repetirse.

En el fondo, me viene de familia: soy como un pastor sin perro, sin ovejas. Sentado en sus pastos, solo, en silencio (¿de qué sirven las palabras, si nadie las oye?), viendo el pueblo desde lejos, visitándolo sólo de vez en cuando para cubrir sus necesidades, pero con la plena consciencia de que no pertenece allí, sino a la soledad de sus pastos.

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